– ¡Ora chamaco!, ¡salude a su abuela!
El pinche Ramirito se resistía a saludar de beso a su abuela. Siempre le dejaba lleno de babas secas y a medio remojar su pinche cachete, además de que olía a las pinches bolitas blancas que encontró en el ropero viejo y, creyendo que eran chicles, se tragó uno, con el consecuente vómito que le produjo la involuntaria ingesta de la nafta espantapolillas.
– A ver m’ijito, venga a saludarme, no sea rejego.
Muuuuuaaaaaa, pinche beso baboso en los dos pinches cachetes. El olor a nafta le destapó las fosas tupidas de mocos, producto de cruzar la ciudad en pinche chimeco para visitar a la abuela en su casa llena de carpetitas tejidas a gancho, sillones cubiertos con hule que tronaba como pedos cuando te sentabas y chingo de gatitos de porcelana. A guevo tenías que comer galletas humedecidas que la ruquita guardaba en un frasco sobre su gabinete, y el único enretenimiento era escuchar, una y otra vez, los discos del Glenn Miller. Ni la pinche tele te dejaban encender, quesque porque gastaba mucha luz y ni madres de eso.
– Te quedas aquí un rato Ramiro, voy a pagar la tanda a la comadre y regreso por ti, no hagas travesuras y obedece a tu abuela.
Nunca entendía el pinche del Ramirito porque tenía que quedarse con la aguela. Bien podría quedarse en la casa, mirando tele o leyendo las revistas de rucas en cueros que su carnal escondía entre el bonche de periódicos en su cuarto. Pero nel. Se tenía que chutar la visita a la aguela y chinguese el cachetón del Ramiro a estarse quieto un rato.
– Ague, ¿me dejas ver la tele?.
Era una pregunta que sabía que no tendría una respuesta favorable. Por el contrario, le quedaría tener que soplarse un pinche sermón de una hora sobre el ahorro de luz, sobre la basura de la tele, sobre que si es cosa del diablo, bla, bla, bla…
– Si m’ijito, si quieres verla, andale, enciendela en lo que te traigo las galletas en un platito.
Al Ramiro le terminaron de bajar los guevitos de la pinche sorpresa. Ni modo de no aprovechar la chance. Corrió a encender la pinche tele vieja. Cuando hizo “click”, ¡¡mocos!!, se fue la luz en la estancia, en la recámara y en la cocina en donde estaba la viejita.
– ¡¡Aguelitaaaaaa!! ¡¡Se fue la luuuuuuuuuuuuuuz!!.
Gritó el pinche cachetes de puerca. La aguela salió de la cocina con el platito floreado lleno de galletas. Se las dio al Ramirito y le dijo:
– Han de ser los fusibles, porque la luz está al corriente de pago. Deja ir a revisarlos y me gritas cuando ya haya llegado la luz.
La aguela salió de la recámara. Después de una rato, la luz regresó y el Ramiro gritó:
– ¡¡Aguelitaaaaaaaa!! ¡¡Ya llegó la luuuuuuuuz!!
La aguela estaba pegada a la caja de los pinches fusibles, producto de la descarga por el arribo súbito de la corriente eléctrica. Los fusibles estaban bien, pero como la aguela era marra para los servicios, pensaba que todo el pedo era sacar los fusibles y ya. Pero nel. Adentro el Ramirito ni enterado. Comía galletas y miraba la televisión fascinado.
Ahora el Ramiro es técnico electricista. Tiene una pinche habilidad para detectar las fallas eléctricas. Come galletas humedas como botana y siempre carga dos bolitas de nafta en el bolso derecho de su abrigo. Ha comenzado a coleccionar perritos de porcelana.
muy bueno pero largo y un poco aburrido