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Archive for julio 2008

Caminabas por la calle de Carranza. El viento fresco del verano hacía que contrastara tu falda con los torneados muslos que sostenían el cuerpo que por tanto tiempo había visto pasar entre la gente.

«¡Chíngale con la carne, deja de estar pendejeando!», me gritaba mi pinche patrón cuando me veía haciendo nada.

Todas las tardes, mientras preparaba el trompo para los tacos al pastor, tú salías de trabajar y pasabas por el local. Yo sólo esperaba ese momento para que mi vida tuviera sentido. Soñaba despierto con tomar tu mano, y ofrecerte unos al pastor con todo lo que llevan: cilantro, cebolla, limón, salsa. Un refresco, servilletas completas, jabón en el lavamanos, atención total.

«¡Ora wey!¡Qué no te pago por pendejear!» Pinche patrón.

El aroma desgastado de tu perfume se perdía entre los aromas y vapores de la carne a medio cocer, la cebolla recién picada y el cilantro puesto a remojar. Yo asomaba mi nariz buscando algún resabio de tu olor, y sólo me encontraba con el humo de los autobuses que nada conocían de amores imposibles.

Seguía tu recorrido hasta la parada del autobus en donde te sentabas a esperar el que te conduciría a tu hogar, al descanso, a la tranquilidad. Anhelaba con acompañarte hasta la puerta de tu casa, y recibir un ósculo tímido de ti. Sentir tu cuerpo temblar mientras la bolsa del pan que llevabas se agitaba y cuidabas las campechanas que acababas de comprar.

«¡Te vuelvo a cachar pendejeando y te largas, webón!» Pinche patrón ojete.

Nunca caminabas por la acera del local, siempre en la opuesta. Te miraba y te miraba y deseaba tanto perder el miedo y salir corriendo tras de ti, suspirar al mirar tus ojos y perderme entre tu cabello, decirte los versos de Neruda que cada noche memorizaba para ti. Ofrecerte mi vida, todo lo que tengo y lo que soy.

Hasta que un día ocurrió.

Gracias a la incompetencia de los organismos de agua potable, se tronó una pinche toma y tuvieron que levantar toda la acera por la que caminabas. Al mirar eso supe que sería mi oportunidad para decirte los versos más tristes de la noche, ofrecerte mi corazón como taco de pastor. Inclinarme ante tus pies y decirte cuanto deseaba que esta noche caminaras por aquí.

Pasaste por fin, a la hora acostumbrada. Cruzaste la avenida para no caminar entre el escombro. Te dirigiste hacía la taquería, donde yo, ansioso, te esperaba.

«¿Ton´s que mi reina? ¿Cuándo vamos a matar el oso a puñaladas?» fue lo único que salió de mi voz garraspienta y grasosa. Tú sólo me miraste con desdén. Supe que te había perdido para siempre.

«¡Orale cabrón! ¡Ya te dije que no estés pendejeando!» Pinche patrón de mierda.

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